martes, 12 de enero de 2010

Los efectos del huracán

Estaba tirada en la cama sin pensar en nada pero a la vez pensando en ti cuando me he dado cuenta de que así no iba a asaltar el mundo. Me he puesto a pensar en qué hacer para mantenerme distraída y no pensarte, pero he llegado a la conclusión de que ésa no es la solución. Se me ha ocurrido que quizás si digo en voz alta todo lo que alguna vez quise decirte me sienta mejor. No lo leerás, pero si escribiéndolo me libero de ti, habrá servido para algo.

Sé que probablemente tú no sabías lo que yo sentía por ti. No hablábamos mucho, evitaba hablarte directamente porque cortabas mi aliento y no era capaz de pronunciar más que monosílabos (o emitir ruiditos raros). Pero cada vez que pasabas por mi lado se me ponían los pelos de punta y siempre esperaba que me cogieras de la mano, me acercaras a ti y me dijeras que eso era lo más lejos que permitirías que estuviera de ti. Cuando nos rozábamos me ponía rígida, pero era para evitar temblar y que mis piernas se volvieran de mantequilla. También evitaba mirarte a los ojos porque eran más de lo que yo podía soportar. Lo que no sabes es que yo siempre estaba mirándote. Me encantaba mirarte desde una distancia prudencial. Podía pasarme minutos enteros sin apartar la mirada de ti. Me encantaba la forma en que cogías las copas de ron. Me encantaba ver cómo ibas de un lado a otro aparentando estar ocupado cuando en realidad lo hacías porque no sabías muy bien dónde quedarte. Odiaba tu indiferencia al verme llegar. Odiaba que el momento de saludarnos fuera lo más íntimo que fuéramos a hacer en todo el día. Amaba tus manos, me daba envidia que tuvieras las uñas tan perfectas. Me hacía gracia la forma en que pronunciabas las “eses”. Siempre quise tocarte el pelo. Me hiciste sentir la persona más especial del mundo la primera vez que te oí pronunciar mi nombre.

Lo que ahora se me hace más duro es recordar toda la ilusión que puse en ti y que luego fue en vano. Había noches que las pasaba casi en vela simplemente pensando en ti. Hacía gestos delante del espejo para ver cómo me verías tú. Elegía muy cuidadosamente la ropa que iba a ponerme los días que íbamos a vernos. Hasta había imaginado cómo iba a presentarte a mi familia y lo orgullosa que yo estaría de tenerte a ti a mi lado. Ingenua.

Siendo sinceros, espero que no volvamos a vernos, porque entonces no sé qué sería de mí, probablemente moriría. Ya te fuiste una vez y pasaste sobre mí como un huracán, te llevaste todo. No podría soportar un segundo asalto, es más, no creo que nunca llegue a recuperarme del primero. Serás esa espinita clavada que sólo duele en ocasiones puntuales pero que siempre está ahí. Y sé que si alguna vez vuelves, yo volveré a caer, caeré siempre. Eres como un imán, tu fuerza me atraerá a ti aunque intente evitarlo. Así que, por favor, mantente fuera de mi campo de atracción porque siempre que choquemos seré yo la que salga con daños colaterales.